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Hombre, Ciencia y Tecnología ISSN: 1028-0871 Vol. 25, No. 3, jul-sep. pp. 76-85, 2021 Introducción
Engels (1976) argumenta que más temprano o tarde la naturaleza cobra las cuentas por las descabelladas acciones sociohumanas en el medioambiente. El impacto se refiere a la huella, el cambio, la transformación originada por las acciones de un objeto, fenómeno o proceso sobre otro u otros, sean positivamente deseadas o negativas y/o destructoras para quienes las reciban. Al referirse al impacto de la degradación medioambiental, se considera los efectos en el individuo por el tratamiento inadecuado con los antibióticos, van más allá de hombre y la comunidad, extendiéndose al medioambiente.
Los microorganismos tienen una adaptabilidad increíble, son capaces de sobrevivir en los ambientes más hostiles con niveles letales de sales y detergentes entre otras condiciones adversas. Los cambios ecológicos ponen al hombre en contacto con reservorios naturales de nuevas enfermedades y al cambiar las condiciones del ambiente, favorecen el aumento de vectores virales y bacterianos, cada vez más resistentes.
Por ejemplo: los impactos negativos se acentúan con la deforestación, la erosión de los suelos, la compactación, la salinización, el encharcamiento de los suelos y la contaminación ambiental características de los agroecosistemas de Paraguay, Honduras, Costa Rica. El Salvador, Cecilia y otras regiones de la provincia Guantánamo, dando lugar al surgimiento de patógenos y del proceso complejo y progresivo de la mutación y selección interbacteriana mediante la transferencia de genes o factores de resistencia.
Huskins y Huckabee (2011) perciben la resistencia bacteriana a m o d o d el mecanismo mediante el cual la bacteria puede disminuir la acción de los agentes antimicrobianos. Una bacteria es sensible a un antibacteriano cuando la concentración de este en el lugar de la infección es al menos 4 veces superior a la concentración inhibitoria mínima (CIM). Haber, Levin y Kramaz (2010) señalan una concentración por debajo de la CIM califica a la bacteria de resistente.
Desde el uso intensivo de la penicilina en los 40 del siglo XX, microbiólogos y clínicos comenzaron a detectar resistencia a esta. Confirmando esta predicción, entre los años 1960 y 1970, los estafilococos con ubicación intrahospitalaria irrumpieron en la comunidad, generando la búsqueda de otros antibióticos para combatir las infecciones letales que originaron.
El empleo inadecuado de los antibióticos en el hogar, hospitales, comunidades y en la agricultura, cada vez en mayor grado, inciden en la selección y la sobrevivencia de cepas de bacterias más resistentes a la acción antimicrobiana, donde también intervienen los elementos del medioambiente, cuando hay una pobre percepción del riesgo en los hombres expuestos a esta práctica sobre posibles y/o reales enfermedades peligrosas.
González (2010) considera factores de resistencia: la automedicación, el hacinamiento y las violaciones de las medidas de bioseguridad; las casi inexistentes vigilancias bacteriológicas, fácil accesibilidad, errores diagnósticos, medicamentos falsificados, publicidad muy manipulada, la falta de educación antimicrobiana en la población y deficiencias en el manejo de los ecosistemas, en particular los dedicados a producir alimentos para los seres humanos.
Por otro lado, los tratamientos antimicrobianos, aunque sean bien impuestos, no siempre se ejecutan tal se indican; traduciéndose en aporte a la selección de bacterias resistentes. La