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Hombre, Ciencia y Tecnología ISSN: 1028-0871 Vol. 24, No. 2, abril-junio pp.1-10, 2020 Introducción.
Los seres humanos obtienen numerosos beneficios de los sistemas naturales que los rodean, así como de la biodiversidad que estos albergan. En la actualidad se han transformado algunos de ellos en sistemas de producción intensiva de bienes; por ejemplo, bosques, selvas y pastizales naturales han sido convertidos en sistemas agropecuarios para la producción de alimentos (Balvanera, 2009).
Los servicios ecosistémicos se pueden definir como todos aquellos beneficios que la sociedad obtiene de los ecosistemas; un concepto cada vez más aplicado a la conservación del medio ambiente, el bienestar humano y la implicación de las intervenciones antropogénicas en el medio natural. Existen cuatro servicios ecosistémicos básicos: aprovisionamiento, regulación, servicio de apoyo y servicios culturales (MEA, 2005).
Los servicios de aprovisionamiento son bienes tangibles (también llamados recursos naturales). En la misma categoría están incluidos los alimentos, el agua, la madera y las fibras, entre otros. Otra categoría de los servicios ecosistémicos son los de regulación, entre los que están el control de inundaciones y epidemias y la regulación en la calidad del aire y del agua y, aunque son mucho menos fáciles de reconocer, resultan vitales en el bienestar humano. Los servicios de apoyo, por su parte, son procesos ecológicos básicos que mantienen y aseguran el mantenimiento adecuado de los ecosistemas, permitiendo los flujos de servicios de provisión, de regulación y culturales. Estos son fundamentales para que la naturaleza siga su curso, por ejemplo: hábitat de especie, el mantenimiento de la diversidad genética (MEA, 2003). Los servicios culturales brindan beneficios que dependen de las percepciones colectivas de la sociedad acerca de los ecosistemas y de sus componentes, los cuales pueden ser materiales tangibles o intangibles; los beneficios espirituales, recreativos o educacionales que brindan los ecosistemas se consideran en esta categoría (MEA, 2005; Gómez y R. de Groot, 2007). Estudios recientes demuestran la posibilidad de compatibilizar los objetivos de desarrollo socioeconómicos con la oferta de servicios ecosistémicos (Rey Benayas et al. 2009), lo que plantea la necesidad de desarrollar políticas públicas que incorporen una producción balanceada entre los diversos bienes y servicios que proveen los ecosistemas. En este sentido, los ecosistemas cacaoteros se encuentran en el semibosque y forman parte de sistemas agroforestales (Mata y Cañarte, 2016), lugar donde existe una cultura donde se pone de manifiesto la producción de un grupo de bienes entre ellos alimentos, cultivos de ciclo corto y semipermanentes, de orientación alimenticia, como el plátano, en pequeña proporción maderables, frutales, además de la preservación de la flora y la fauna.
Las mayores áreas productoras de cacao en Cuba se concentran en la zona oriental. En este sentido, Guantánamo posee el 75 % de su extensión territorial ocupada por regiones montañosas, lugar donde se encuentra el municipio Baracoa, con un índice alto de precipitaciones anuales (1500 a 2200 mm), sumado a esto concentra la mayor cantidad de las plantaciones de cacao (70 %) y también de producciones (75 %) (Aguirre, Márquez y Laborí, 2010).
Junto al cacao, en las áreas de Baracoa se pueden encontrar asociados niveles elevados de diversidad de plantas, incluyendo árboles maderables de gran valor, árboles frutales y cultivos alimenticios. Cabe destacar que a partir de estos árboles maderables de estratos múltiples se puede producir madera de aserrío de alta calidad,